Es sábado de quincena y lo que otrora era momento para acicalarse y disfrutar de la vida nocturna en alguna discoteca o restaurante de Ciudad Guayana con familiares y amigos, se ha convertido, debido a la crisis económica y los altos índices de inseguridad, en reuniones caseras esporádicas con un alto índice de nostalgia por momentos que no volverán.
Elena (27) y Jesús (31) están en la etapa inicial de una relación amorosa. Ambos son profesionales con algún tiempo de graduados, uno es periodista y el otro ingeniero en sistemas. Paradójicamente sus planes a futuro –a corto y mediano plazo- no es casarse y tener hijos como cualquier pareja, sino ver cómo emigran a otro país que les ofrezca mejor calidad de vida: una realidad cada vez más común entre la población venezolana.
Cada uno vive todavía con sus padres. Para ellos resulta una fantasía emanciparse con el sueldo que ganan. Ambos devengan poco más del salario mínimo establecido por el Ejecutivo nacional desde el 1 de septiembre en Bs. 22.576,60 más el cestaticket de Bs. 42.480.
Este último lo comparten con sus padres para cubrir parte de la canasta básica familiar que, según el último informe del Centro de Análisis y Documentación para los Trabajadores (Cenda), se ubicó en Bs. 310.668,57 para agosto de 2016, con una elevación porcentual de 21,6% con respecto al mes de julio de este año.
En resumidas cuentas, el aporte económico de Elena y Jesús en sus casas es insuficiente para combatir los embates de la debacle económica donde no solo se ven afectados por la escasez de gran parte de los productos que integran la canasta básica, sino que los artículos aún disponibles se ofertan a precios inalcanzables.
Vida nocturna
Ese sábado, Elena y Jesús retomaron lo que se había convertido en su momento de diversión, reunirse en casa de los padres de Jesús, invitar a los amigos más cercanos, encender el equipo de sonido un poco más de los decibeles “normales”, hacer una “vaca” (reunir dinero entre todos), comprar algo de bebida, una botella de ron –la más barata-, un saco de hielo, refresco de 2 litros y algunos snacks, unos diez mil bolívares para desinhibirse un par de horas.
Es lo más cercano a sus momentos de discoteca que hoy conllevan a gastar por servicio entre 17 mil y 25 mil bolívares, equivalentes a 70% del salario mínimo. Por supuesto, dependiendo del tipo de licor que se desee ingerir, las ofertas se resumen en ron y vodka y no siempre de la mejor calidad.
En pocos lugares permiten ingresar con la modalidad “pago de entrada”, donde lo aplican puede llegar a costar Bs. 2.500 con derecho a un trago. Si desean consumir cerveza, cuando se consigue, puede costar Bs. 300 cada una y normalmente vienen en promociones de unas seis, en otros casos exigen como mínimo 15 en horario de 7 pm a 10 pm. Pasada esta hora, el precio del licor se incrementa al doble.
Cine
Desde hace algún tiempo el cine se ha convertido en otro lujo para el venezolano. La poca afluencia de personas en las salas es notoria. Tanto, que ahora un domingo a las 6 pm puedes fácilmente conseguir entradas para la función de las 7 pm. Algo impensable años atrás.
Actualmente, una entrada al cine cuesta Bs. 1.670 para alguna película 2D. Si la película es 3D, el precio aumenta a Bs. 1.990. Disfrutar del séptimo arte en Venezuela en pareja sobrepasa el 40% del salario mínimo; además de la boletería, se debe incluir la chuchería (unos Bs. 4.000 combo de cotufas y refresco), más de 10 mil bolívares por pareja.
Elena y Jesús desde hace un año no visitan las únicas salas de cine que ofrece Ciudad Guayana. “Optamos por descargar una peli en Internet y la vemos en casa. Eso está carísimo, además lo que se gasta en el cine lo podemos invertir en comida para la casa, que bastante falta hace. Eso es mentira que vamos a ver la película sin comer algo, uno se antoja del chocolate, el Doritos, Pirulín. Y sin contar los tequeños o nuggets”, dijeron.
Inseguridad
Pero no solo los altos precios son los que obligan al venezolano a cambiar sus hábitos de recreación, la inseguridad también obliga a muchos a quedarse en casa. La mayoría de los guayacitanos, y en el resto del país, tienen miedo a ser víctimas de la delincuencia.
Según el estudio Encuesta sobre las condiciones de vida 2014, elaborado por la Universidad Católica Andrés Bello, junto a la Universidad Simón Bolívar y la Universidad Central de Venezuela, la calidad de vida de los venezolanos está gravemente afectada por la violencia y la criminalidad.
De acuerdo a los datos suministrados en la investigación, 85% de los venezolanos opina que la violencia ha aumentado en el último año (2014) y, en consecuencia, la gente no se siente segura en sus casas, en las calles o en el transporte público. “A causa de este temor, la población ha perdido la libertad y muchos optan por no salir a trabajar, estudiar o divertirse para evitar ser víctimas del crimen”, reza el documento en su punto número cinco: “Promoviendo la seguridad ciudadana”.
79% de los encuestados aseguró sentir temor de andar en las calles por ser blanco de la delincuencia desatada.
La calidad de vida de los venezolanos ha mermado. No solo se trata de hacer colas por comida, luchar por conseguir pasta dental, desodorante, jabón o afeitadoras, rogar porque no se vaya el agua o la luz; sino también por la pérdida de espacios para el esparcimiento. Centros comerciales bajan su santamaría a las 8 de la noche, horas antes se empieza a notar la soledad en sus pasillos, incluso en la ciudad. Una ciudad oscura y sola, algo parecido a un toque de queda. Un toque de queda autoimpuesto.